Hambre, sufrimiento, cuerpos abandonados, vidas tratadas como infames. En un texto que pertenece a su serie “El hambre es dolor que no cesa de llamar”, el filósofo y director de la Maestría en Estéticas Contemporáneas Latinoamericanas de la UNDAV, Adrián Cangi, invita a reflexionar sobre una realidad que duele.

Por Adrián Cangi*
En la vida práctica de los argentinos hay que enfrentar la “destrucción de la destrucción”, como sostiene Diego Tatián. Hay que tramar “un embarazo del tiempo nuevo en el vientre de la comunidad sufrida”, como afirma Eduardo Grüner. Ambos saben que se trata de no caer en el tiempo homogéneo y vacío de la historia de siempre con su inercia colonial, que no se salda con la fiesta de una noche por el triunfo popular. Entonces, habrá que mirar y hablar con cuidado porque todos “los usos de la retórica han sufrido la decadencia junto con la catástrofe económica nacional”, como lo ha señalado Horacio González. Y desde esa catástrofe vendrá, como parte de una memoria común una nueva gestación de los ritmos del sedimento sensible, llamada en su fundamento o razón a conjurar, reparar y componer en la misma acumulación de las fuerzas que vienen desde abajo de la comunidad sufrida. Pero acecha un dolor que muerde la esperanza en el nervio mismo de la espera y de los fundamentos posibles de lo pensable. Ese dolor anuda tierra, hambre y oficio como parte de una determinación de nuestros pueblos.
Nada puede ser más claro: el dolor le basta a la vida, no necesita a su vez del temor. El dolor es democrático; el temor, siempre es autoritario. El hambre no se habla porque es el nervio mismo del dolor trágico ¿Acaso los gobiernos lo ven? ¿Acaso lo saben? El contrasentido estalla. La barbarie habla del hambre pero el hambre está en los pueblos. La barbarie siempre es profesional y premia al mérito. Sabemos que no hay merito en tener mérito. Pero aprendimos que aquello que los pueblos saben, los gobiernos lo ignoran. La miopía es la más alta razón de Estado y el ritmo sordo de la opinión pública. Cualquier atenuación agrava los hechos. Se dice como programa político y consigna de campaña “No hay hambre, hay necesidades; si hay hambre, hay comedores”. Lo dicen y lo repiten sin cesar aquellos que han querido medir la fortuna de su gestión según la reducción del hambre a cero. Pero la comunidad sufrida acostumbrada a las odiseas reconoce las palabras vacías y los gestos sospechosos.
Los funcionarios balbucean mientras los medios acrecientan el horror. Nada es más miserable que chicanear a la indignación pública. Frente al hambre, las sutilezas de cualquier tipo alegan en favor de la barbarie. Nada atenúa la gravedad de los hechos porque no queda ningún documento de cultura que lo haga. Se nos dice “No hay hambre, hay necesidades; si hay hambre, hay comedores”. Hay “esto”, “aquello”, o lo “otro”. Esta manera de hablar acrecienta el horror más miserable. Cualquier atenuación agrava porque alega en favor de la barbarie. El hambre no es una “cuestión”, aunque cada gobierno tenga “su cuestión”. El hambre es el nervio del dolor. En su nervio hay cuerpos abandonados, hay voces abandonadas, hay vidas tratadas como infames. Los intelectuales escriben que lo que nos hace sublevar son nuestros deseos. Ellos provienen del fondo de un dolor inextinguible, donde algo se separa y opone a través de un riesgo siempre trágico.
Lo que nos hace sublevar es el hambre que siembra esterilidad en las vidas secas del provenir. El hambre “hablado”, “descripto”, “teorizado” por los funcionarios y los medios, nunca es el hambre sentido como el nervio trágico de nuestra sociedad. No hay voces que valgan para su llamado, todas resultan indignas en algún modo porque hablar del hambre no es la vida del hambre. El hambre es dolor que no cesa de llamar. El negro diagnóstico estructural no alcanza a los ojos del carácter destructor de su nervio vital. ¡Imaginad! ¡Imaginad a los sobrevivientes bajo las cenizas de la memoria infantil del prisionero del hambre, siempre ignorado, enterrado, inactivo, sufriente, hasta que la desazón se transforme en agujero de carne o en limosna de un miserable milagro! Vicio y virtud basculan en la encrucijada del ahora.
* Ensayista, Filósofo y Crítico cultural. Enseña en la Universidad de Buenos Aires, en la Universidad Nacional de La Plata y en la Universidad Nacional de Avellaneda, donde dirige la Maestría en Estéticas Contemporáneas Latinoamericanas.

Diciembre 2019 | Edición #81