40 años de democracia
Por Ing. Jorge Calzoni | Rector de la Universidad Nacional de Avellaneda
Cuando este artículo editorial esté en vuestras manos, estaremos en los últimos días de un año en el que celebramos cuatro décadas ininterrumpidas de democracia en nuestro país. Un periodo que nos exige profundas reflexiones, que no pueden agotarse en el mero aniversario. Hemos abordado algunas, que consideramos fundamentales, en una serie de programas que pensamos, precisamente, como las deudas que la democracia aún tiene con la sociedad. Quizás, entre otras muchas, no fuimos capaces de transformar una democracia formal en una real, que exprese cabalmente a una sociedad libre, plural, diversa y respetuosa del otro/a.
La libertad no es un concepto económico, sino un concepto social y filosófico. Para intentar transmitir lo que quiero decir con esto, veamos estos “doce puntos fundamentales”: 1) libertad para las transacciones cambiarias; 2) liberación de los controles de cambio; 3) libertad de comercio exterior; 4) libertad de exportación; 5) libertad de importación; 6) libertad para las tasas de interés y la reforma del sistema financiero; 7) libertad de alquileres; 8) libertad de tarifas para los servicios públicos; 9) eliminación de subsidios; 10) libertad para fijar salarios sin intervención del Estado ni paritarias; 11) libertad para inversiones extranjeras; 12) libertad para las transferencias de tecnología. Estos doce puntos fundamentales fueron los que implementó la dictadura cívico-militar de la mano de su ministro de Economía (José Alfredo Martínez de Hoz). Para lograrlo, convirtieron al Estado en una maquinaria terrorista que impedía la libre circulación, los encuentros sociales, que impuso la censura, la restricción de todos los derechos, que secuestró, encarceló, torturó y desapareció. Que estatizó la deuda privada y fundió al Estado con una deuda externa impagable. Ese era el precio de esa libertad, que no fue otra que la libertad de oprimir, de sojuzgar, de someter a la sociedad toda para beneficio de unos pocos. Nos metieron en una guerra, y nos hubieran metido en otra, si no hubiera mediado el Papa Juan Pablo II.
En aquellos primeros años de la década del 80 la libertad que queríamos recuperar era la de sentirnos, otra vez, una comunidad con el derecho de forjar, colectivamente, nuestro destino. La película 1985 refleja un aspecto sensible de aquellos primeros años ochenta, como es el juicio a las juntas y el Nunca Más, jalón fundamental para la (re)construcción que necesitábamos.
Sin embargo, han pasado cosas. Cristina Fernández ensayó un nombre: insatisfacción democrática, que se profundizó con la pandemia. Es un aspecto clave de una reflexión que debe abarcar la complejidad de estos años, lo que requiere —además— una interpretación no contingente del voto, para convertir las deudas en activos y transformar las decepciones en esperanza.
No son objetivos que puedan alcanzarse de manera individual o aislada, sino a través de la integración social, de una construcción colectiva, de una libertad que sea inseparable de la brega común por la igualdad. No habrá libertad (y menos seguridad), mientras existan personas que no formen parte del entramado social. Por ello, que nadie nos robe la convicción constructiva de un país igualitario. Que nadie nos robe la esperanza de un futuro para todos y para todas.
Que ese sea nuestro compromiso cuando despidamos el año y le demos al nuevo la bienvenida: construir una verdadera comunidad en nuestra Universidad para contribuir a la construcción comunitaria de un país con todos/as, de todos/as y para todos/as.
Diciembre 2023 | Edición #119