Por Rodrigo Ávila Huidobro y Lucas Molinari*
Durante mucho tiempo se ha impuesto en una parte de nuestra sociedad una oposición conceptual entre la recuperación de las Islas Malvinas y la Democracia. Para el intelectual francés Alain Rouquié, había que “desmalvinizar” la política argentina para evitar que los militares volvieran al poder, puesto que la guerra los legitimaba en su función de defensa de la soberanía. De esta manera, el apoyo popular que la recuperación del archipiélago tuvo entre abril y junio de 1982 se impugnó, interpretándolo como producto de una manipulación de la última dictadura.
Sin embargo, hay sobradas muestras de que las denuncias de los crímenes de lesa humanidad y de las políticas represivas no cesaron, sino que incluso estuvieron presentes en las plazas del 2 y del 10 de abril, así como las identidades políticas tanto tiempo silenciadas. Fue la misma movilización popular y de las organizaciones sindicales, políticas y sociales que forzó la salida de la dictadura genocida y posibilitó la recuperación de la democracia.
Las políticas del estado en torno a la soberanía sobre el espacio insular y marítimo usurpado, en estos cuarenta años de democracia y de posguerra oscilaron entre la aceptación lisa y llana de la ocupación británica y la búsqueda de alianzas regionales y de algunos intentos de sanciones económicas a los agentes involucrados en el saqueo de nuestro patrimonio.
La cuestión Malvinas, la de un país colonizado, nos obliga a pensar sobre la verdadera posibilidad de construcción de una democracia que garantice la vida digna de su pueblo, si no afrontamos el desafío del ejercicio pleno de nuestra soberanía.
*Docentes de Trabajo Social Comunitario “Héroes de Malvinas”.
Diciembre 2023 | Edición #119