Darío y Maxi habitan en el pasado y en el futuro de nuestro pueblo

Reflexiones a 20 años de los asesinatos de Darío Santillán y Maximiliano Kosteki durante la feroz represión desatada en el Puente Pueyrredón.

Foto ilustrativa

Por Facundo Harguinteguy | Vicedecano del Departamento de Ciencias Sociales

Hace 20 años, el 26 de junio de 2002, Darío Santillán y Maximiliano Kosteki eran asesinados por la policía durante la feroz represión desatada en el Puente Pueyrredón durante la presidencia de Eduardo Duhalde. Aquella mañana de junio, la Coordinadora Aníbal Verón junto a decenas de otras organizaciones de trabajadores desocupados había organizado una protesta con un pliego de reivindicaciones para palear la miseria que se padecía entre los sectores más humildes. Los manifestantes -decididos a cortar el Puente Pueyrredón- fueron ferozmente recibidos por la policía Bonaerense, Federal, Prefectura Naval y Gendarmería que no sólo estaban dispuestos a impedir el piquete sino que montaron una desenfrenada casería deteniendo a manifestantes hasta 4 o 5 kilómetros del epicentro de la protesta.

“Los piqueteros se mataron entre ellos” era la versión policial. “La crisis causó dos nuevas muertes” titulaba el Diario Clarín; sin embargo, la inmediata y masiva reacción popular de rechazo a la represión y la tergiversación de los hechos -junto a los elementos probatorios que algunos periodistas y fotógrafos pusieron a disposición- desnudaron en menos de 24 horas las patas cortas de la mentira oficial.

En este sentido, es importante señalar una primera lección que dejan los acontecimientos de junio de 2002 para quienes ocupen lugares de responsabilidad política en los gobiernos venideros: la sociedad argentina rechaza a la represión como mecanismo de resolución de conflictos sociales. Pues, estos acontecimientos marcan un quiebre en los debates en torno a la represión estatal de la protesta social que marcará la década venidera. Es recién durante el gobierno de la Alianza Cambiemos, a partir de 2016, en que el uso de la fuerza pública vuelve a ser la herramienta insigne del gobierno para atender los conflictos sociales y políticos. La desaparición de Santiago Maldonado y los más de 1500 detenidos durante el gobierno macrista muestran de modo contundente la inexorable comunión entre políticas antipopulares y el garrote.

Los años 2001 y 2002 condensan un proceso de crisis política y conflictividad social que venía incubando las políticas neoliberales durante una década. El remate del patrimonio público, la flexibilización laboral, la apertura indiscriminada de los mercados, el dominio del capital financiero y de la economía de servicios trajeron en pocos años como consecuencia niveles intolerables de desocupación, pobreza e indigencia que encuentran sobre fines de los 90 y principios del siglo XXI los índices más críticos.

Frente a la noche neoliberal, al reordenamiento de la relación capital-trabajo, a la reconfiguración de los modos de explotación y dominación que vacía empresas, expulsa trabajadores de las fábricas y somete a la pobreza extrema a millones de compatriotas, Darío y Maxi son la expresión del legado de un pueblo que crea, recrea y explora nuevas formas de organización y resistencia. Albergan toda una década de piquetes y puebladas entre las que se encuentran las emblemáticas jornadas de Cutral Có, Plaza Huincul, Mosconi o Tartagal sintetizando un nuevo sujeto político. Un sujeto que trabaja pero que no es asalariado, que padece la explotación pero que no tiene una relación de dependencia laboral formal, que inventa su propio trabajo incluso a partir de aquello que la sociedad de consumo desecha. Y que posee una masiva capacidad de movilización y capilaridad en los territorios.

Para la generación que entró en la adolescencia mientras se derrumbaba el Muro de Berlín, Darío y Maxi resumen además lo mejor de una generación que – sin renunciar a las experiencias y enseñanzas históricas de las clases populares de nuestro país – ensayó formas de organización comunitaria y solidaridad que alumbraron la frívola y hedonista noche neoliberal. Revelando una vez más que el dominio nunca es total y absoluto sino que convive siempre con resistencias, impugnaciones y alternativas.

Darío Santillán y Maximiliano Kosteki no solo han sido los fatales protagonistas de una emblemática represión estatal que marca un punto de inflexión en la política argentina, expresan los valores de una humanidad que es parte de ese futuro que soñamos y que tenemos la necesidad imperiosa de construir.

Por eso, son símbolos y santos populares que habitan en murales, canciones, esculturas, remeras, banderas. Por eso, dan nombre a organizaciones populares, a centros comunitarios y hasta una estación de tren. Por eso, la indeleble imagen de amor al prójimo, de solidaridad y valentía del cuerpo de la mano en alto de Darío protegiendo y defendiendo al herido Maxi dibujan la gestualidad de una humanidad que debemos recuperar y construir.



Julio 2022 | Edición #105