Editorial.
Construir comunidad

Por Ing. Jorge Calzoni | Rector de la Universidad Nacional de Avellaneda

Hay un puñado de ideas, de conceptos, de convicciones, sobre las que no solo es bueno, sino también necesario volver una y otra vez, puesto que conforman el pensamiento que mueve nuestro compromiso con la educación, con la comunidad, con el tiempo que nos toca. Una de ellas, de vital importancia, es el desarrollo comunitario. La tensión constructiva entre educación y desarrollo comunitario ha sido vastamente estudiada en el último medio siglo. Además de tratarse de dimensiones inseparables, constituyen una base sólida de nuestra concepción sobre la construcción del conocimiento, fruto del diálogo insustituible con la sociedad que nos hospeda, de la que somos parte, en la que habitamos y que nos habita.

Repensar estas nociones generales, no es otra cosa que cumplir con la lúcida recomendación que hiciera Immanuel Kant: la universidad se preserva del dogmatismo y del pensamiento único si reserva tiempo y espacio en su trama institucional y epistemológica para la reflexión y la autoevaluación. Es deber de la universidad el ejercicio de flexionar su pensamiento sobre sí mismo para interrogar sus propias condiciones de pensar. Que la universidad se piense críticamente es el remedio que conocemos para evitar que sea pensada por otros actores: los de la economía más concentrada o los de la política menos democrática y más conservadora.

No quiero, aquí, hacer un abordaje desde lo social ni desde lo económico, sino desde lo político, con base en mi formación de ingeniero civil y responsable de una gestión en la educación superior. Y es que, en definitiva, todo es político. Incluso la antipolítica.

La aclaración es oportuna, porque a los ingenieros suelen asociarnos a lo productivo y nos disocian de lo comunitario. Nos visualizan como diseñadores y constructores de puentes, caminos, represas, obras civiles, viales e hidráulicas. Así, se pierde de vista aquello que antecede y le sucede a esa labor: que lo fundamental es la construcción de comunidad. Asociado ello a otras disciplinas, complementándonos con ellas, por supuesto, pero no hay un objetivo más significativo que el que cada obra sea pensada, ejecutada y proyectada de modo que estimule, propicie, fortalezca que la comunidad se construya.

Digámoslo todavía de otra manera: más importante que la construcción de una escuela es la construcción de su comunidad educativa, que no puede existir sin docentes, trabajadores/as ni estudiantes. Más importante que un hospital es la comunidad del personal profesional, técnico, administrativo y de servicios junto a los/as pacientes. Si esos vínculos no se establecen no podrá haber política sanitaria. ¿Qué sentido tienen los espacios verdes o equipamientos comunitarios si no alojan a quienes pretendemos que sean sus beneficiarios? El desarrollo comunitario es una construcción permanente (no coyuntural). Sus valores y principios deben ser inalterables y sus objetivos adecuarse a la propia cultura organizacional.

Según el informe “Perspectivas de la población mundial de 2019 de las Naciones Unidas”, para 2050 una de cada seis personas en el mundo tendrá más de 65 años. Dos años atrás esa franja etaria contaba con una de cada once personas. La población mayor a 65 años crece a un ritmo más rápido que el resto de los segmentos poblacionales. En el proceso de envejecimiento demográfico se registran 145 mujeres cada 100 varones.

Es curioso (y preocupante) que estos datos no sean abordados desde la perspectiva sobre la que aquí nos interesa reflexionar. Más bien, solo se abordan cuando se debate el sistema previsional, con posturas ideológicas diversas y un problema común: la insostenibilidad de las jubilaciones. Hay quienes plantean reducir las edades para generar empleos en franjas más jóvenes y quienes plantean subir la edad jubilatoria para establecer una relación de aportantes activos-pasivos “sostenible”. Lo cierto, es que la problemática excede la cuestión económica. Quizá sea hora de pensar en transformar un sistema que parece colapsar permanentemente en lugar de poner parches que solo anuncian crisis continuas, desolación, angustia y miseria. En nuestro país el 18,4% de las personas mayores no accede a una vivienda propia y aproximadamente 800.000 personas viven solas, mientras seguimos sin poder salir del debate acerca de la propiedad privada, de los derechos individuales, en lugar de imaginarnos como una comunidad. Y aceptar sus desafíos.

Jorge Cholvis, reconocido abogado constitucionalista, estudioso de la Constitución de 1949, nos contaba en una charla en nuestra Casa de Estudios, que el 28 de agosto de 1948 se proclamaban los Derechos de la Ancianidad (luego incorporados en el artículo 37 de aquella Constitución): acceso a la vivienda, al cuidado de la salud física, al esparcimiento, a la tranquilidad y al respeto. Esos valores y esos propósitos de construcción comunitaria desataron la furia de los golpistas. En palabras del propio Cholvis: “La Junta Consultiva del gobierno dictatorial trató el 25 de abril de 1956 las indemnizaciones a pagar por las expropiaciones de CADE y CIADE. Álvaro Alsogaray, integrante de la Junta, preguntó qué Constitución se iba a aplicar si la del 49 o la del 53. Dos días después fue derogada la Constitución de 1949 que establecía un criterio indemnizatorio ausente en la constitución de 1853. Así nació la restauración liberal. […] la Constitución Nacional de 1949 fue derogada por un bando militar dictado por la autodenominada ´Revolución Libertadora´ [lo] que provocó un retroceso constitucional de casi un siglo […]. Después de aquel acto ilegal, verdadera tropelía propia de una tiranía que para hacerse del control del Estado masacró inocentes en Plaza de mayo, la Constitución de 1949 fue ocultada y marginada del debate político y de la doctrina constitucional”.

Si vemos aquellos datos en el actual contexto de pandemia, la situación es por demás dificultosa y amerita respuestas multidimensionales para encontrar soluciones; no solo sanitarias, sociales o de infraestructura, sino salidas integrales de construcción de comunidad con el protagonismo de quienes la componen. Los/as jóvenes, el colectivo feminista, el colectivo transgénero, los/as excluidos/as del sistema laboral, tantas vulnerabilidades nos deben llevar a reflexionar profundamente acerca de cómo incluir y no excluir, cómo integrar y no desintegrar, cómo desarrollar comunidad para propiciar desarrollos individuales, evitando los extremos. León Tolstoi decía: “Todos quieren cambiar el mundo, pero nadie piensa en cambiarse a sí mismo”.

Hemos intentado aquí eludir dimensiones abstractas. Este conjunto de ideas sintetizadas no tiene otro objetivo que contribuir a construir propuestas políticas, para evitar discutir anécdotas, eslóganes, “sentidos direccionados” que solo tienden a conservar lo existente, a cambiar para no cambiar. La construcción de comunidad nos interpela y pone en el centro mismo de nuestras preocupaciones a los sistemas de representación, lo que nos empuja a pensar el recorrido de nuestra democracia, para imaginarla (y construirla) más participativa.

Debemos buscar equilibrios, armonizar los objetivos con la forma de perseguirlos, en la convicción constructiva de que no existe desarrollo individual en una sociedad que no se desarrolla. Las diversas civilizaciones, culturas, religiones, a lo largo de la historia, persiguieron el anhelo de felicidad. En este tiempo y en este espacio, o en el más allá. En los propósitos de cualquier sistema político aparece la felicidad como fin, material o espiritual. Juan Domingo Perón, en su doctrina, planteaba la felicidad del pueblo y la grandeza de la Patria como objetivos fundamentales.

Tal vez por eso hemos depositado algo de ese sentido heroico en la utopía. En un encuentro realizado en Cartagena de Indias, un estudiante colombiano le preguntó al cineasta argentino Fernando Birri el significado de la utopía. La respuesta la conocimos gracias a la pluma de Eduardo Galeano: “La utopía está en el horizonte. Me acerco dos pasos, ella se aleja dos pasos y el horizonte se corre diez pasos más allá. ¿Entonces para qué sirve la utopía? Para eso, sirve para caminar”.



Octubre 2021 | Edición #98