Editorial
Solidaridad y bien común

Por Ing. Jorge Calzoni | Rector de la Universidad Nacional de Avellaneda

Vivimos un tiempo de incertidumbres que parecen infinitas. En ellas se inscriben dilemas decisivos, que exceden por mucho la discusión sobre presencialidad-virtualidad o restricciones - libertades. La humanidad —y nuestro país no está exento— puede perder la inmensa oportunidad de conjugar verbos distintos de competir o disputar. Por ejemplo, respecto de las vacunas y la discusión de las patentes sería deseable conjugar verbos que abran un capítulo de solidaridad y bien común.

No existe manera de resolver el coronavirus, y su expansión mortífera, si no se vacuna a la mayor parte de la población mundial. El virus no reconoce fronteras, ni repara en determinaciones geopolíticas. La pandemia vino a hacer evidentes los resortes oscuros de la vida en el planeta, y la globalización desnudó su cara más dramática de desigualdad y avaricia.

No se trata solo de Estados o corporaciones privadas, ni de las mínimas normas de comportamiento social; tampoco de medios de comunicación que confunden a la sociedad, o de sectores político-partidarios que creen que aprovechan la oportunidad de horadar a sus adversarios, o incluso gobiernos, cuando, en realidad, no alcanzan a dimensionar la gravedad de la hora.

Se trata de un derrumbe inédito de principios y valores que la humanidad desarrolló en miles de años. Asistimos azorados y con angustia al despliegue de conductas que se dirigen a sitiar las posibilidades de supervivencia de toda una civilización; un retorno a la ley de la selva, al sálvese quien pueda; a la pelea por la conservación individual sin que importe el otro, la otra, la noción de sociedad, ni las normas de convivencia indispensables para armonizar cualquier conjunto humano.

Es justo reconocer que nadie puede escapar al hartazgo de la situación imperante. Afecta nuestros sentimientos, pensamientos y actitudes; revela nuestra impotencia ante una realidad incontrastable que pareciera no tener fin. Se repiten frente a nuestros ojos escenas cargadas de intolerancia, que se suman a conflictos profundos, estructurales, como en Oriente medio o en Colombia. Represión, muerte de cientos de inocentes, rebelión contra un régimen de injusticia y una sociedad que resiste absorta la más dura desigualdad: que los ricos se hicieron más ricos en la pandemia y los pobres más pobres.

La palabra del Papa Francisco parece diluirse en una sistemática letanía de egoísmos y miserias espirituales. Es hora de que su llamamiento por la paz, el pan y el trabajo sea oído y nos permita construir un mundo distinto.

Es necesario comprender que la felicidad personal no está escindida del devenir colectivo. ¿De qué sirve la vacuna de uno o de una si el resto está en riesgo? ¿Acaso es tan difícil comprender que el propio vacunado o vacunada estará en peligro si la inmunización no se socializa? Y más aún: ¿qué significado puede tener sobrevivir en medio de tanta muerte y soledad?

Vaya mi reconocimiento para todo el personal esencial, que día a día pone el cuerpo y el alma para cuidar y salvar vidas. Vayan mis condolencias para todos/as aquellos/as que han perdido seres queridos: casi a diario sabemos de familiares y miembros de nuestros claustros.

Vaya mi humilde prédica para que, entre todos/as, seamos capaces de construir una sociedad más igualitaria, más sensata, más humana, que merezca ser vivida con intensidad, con pasión y con la utopía de hermanarnos en la convivencia.



Junio 2021 | Edición #94