Derechos lingüísticos y lenguas originarias en la Argentina

A pesar del exterminio físico y el sometimiento material y simbólico de los pueblos originarios, hoy se hablan al menos 18 de las 35 lenguas que existían en el actual territorio argentino antes de la llegada de los españoles.

Foto ilustrativa
Participantes de uno de los encuentros del Taller de Quichua Santiagueño.
Fotos: Extensión Universitaria.

Por Florencia Ciccone*

La imagen de una Argentina europea, monolingüe y distinta del resto de Latinoamérica ha sido tan fuertemente impuesta por las políticas educativas de fines del siglo XIX que aún hoy, a pesar de los movimientos que buscan visibilizar el componente americano en nuestro territorio, solemos concebirnos como un país donde todos hablamos el castellano, exclusivamente, y pertenecemos a una tradición cultural “descendiente de los barcos”.

No hace falta más que transitar los barrios o aguzar los oídos para desmentir tal sentido común sellado a fuego en los discursos cotidianos y subjetividades como una forma de perpetuación del colonialismo cultural y lingüístico, reproductor de una identidad nacional negadora de las riquezas y diversidades de lenguas y saberes autóctonos.

A pesar del exterminio físico y el sometimiento material y simbólico de los pueblos portadores de esos conocimientos que los llevaron -como una forma de supervivencia- al abandono de muchas lenguas originarias o su ocultamiento, en la actualidad se hablan al menos 18 de las 35 lenguas que existían en el actual territorio argentino antes de la llegada de los españoles. En los últimos años, más grupos étnicos se reconocen como hablantes de una lengua o descendientes de algún pueblo que se creían desaparecidos.

Entre las 18 lenguas, agrupadas en 7 familias lingüísticas, existen situaciones de vitalidad o fragilidad muy variables según cantidad de hablantes, grados de uso y estatus político: familia tupí-guaraní (guaraní chaqueño, correntino, paraguayo, mbyá y tapiete); familia guaycurú (mocoví, pilagá y qom); familia mataguaya (chorote, nivaclé y wichí); familia quechua (quichua santiagueño y quechua sureño); familia lule-vilela (vilela); familia charrúa (chaná); familia chon (tehuelche) y mapudungun, lengua aislada. También el aymara, del altiplano boliviano y peruano, es hablado hoy en Buenos Aires. Todos los hablantes de estas lenguas son bilingües en distintos grados y conviven en situaciones de discriminación frente al castellano como lengua hegemónica.

Las lenguas más vitales son aquellas cuyos hablantes han logrado resistir la persecución y sostener la transmisión de una generación a otra. El dato más concreto sobre la vitalidad de una lengua es la presencia de niños que la han aprendido como lengua primera. Este es el caso del wichí (provincias de Chaco, Formosa y Salta) con alrededor de 40.000 hablantes del pueblo homónimo. También las lenguas originarias habladas por población criolla que no se reconoce como indígena o descendiente son muy extendidas. Este es el caso del guaraní correntino, lengua co-oficial de la provincia de Corrientes desde 2004, y el quichua santiagueño.

Aquellas que se encuentran en una situación más crítica son el chaná, tehuelche y vilela que cuentan con pocos hablantes ancianos. El vilela es una lengua chaqueña consideraba extinta hasta hace pocos años cuando fueron localizados 2 ancianos recordadores; uno de ellos vive en el partido bonaerense de Quilmes.

Si bien se suele asociar a las lenguas originarias con ámbitos rurales o agrestes, en el presente la mayor cantidad de hablantes se concentra en las ciudades debido a los procesos migratorios. Actualmente, no se cuenta con datos certeros sobre la situación, cantidad y localización de hablantes de estas lenguas. La ausencia de información dificulta las posibilidades de implementación de políticas lingüísticas, culturales y educativas que tengan en cuenta la diversidad en los distintos contextos de nuestro país, aseguren la equidad social y resguarden los derechos lingüísticos.

*Doctora en Lingüística - Especialista en lenguas indígenas. Docente de Trabajo Social Comunitario II y III | UNDAV.
Investigadora Adjunta de CONICET



Agosto 2019 | Edición #77