Editorial
Nuevo aniversario de una construcción plural

Por Ing. Jorge Calzoni | Rector de la Universidad Nacional de Avellaneda

Hace 8 años, el 18 de junio de 2010, se publicaba en el Boletín Oficial el primer acto administrativo de la recientemente creada Universidad Nacional de Avellaneda, la designación del Rector Organizador para iniciar sus actividades.

Así, paralelamente al Estatuto provisorio -a ser aprobado por el Ministerio de Educación de la Nación-, hubo que desarrollar el Proyecto Institucional Universitario (PIU) -para el visto bueno de la Comisión Nacional de Evaluación y Acreditación Universitaria (CONEAU)-. Esto implicaba desarrollar los diseños curriculares de las carreras presentes y futuras, programas de extensión e investigación, estructura y orgánica de funcionamiento y órganos de gobierno, aspectos que hacían a la organización y normalización de una universidad que hasta ese momento solo contaba con una ley de creación.

Habían pasado muchos años en los cuales funcionarios, dirigentes y la comunidad toda habían trabajado en pos de la creación de la universidad en nuestra querida Avellaneda y era necesario condensar esas ideas en documentos y en propuestas concretas a llevar adelante, pensando hasta en los mínimos detalles.

Allí detectamos, por ejemplo, que las siglas “UNA” y “UNAV” -que se barajaban en ese entonces- ya estaban patentadas. Entonces apareció “UNDAV” como elemento distintivo para diseñar así el logo que nos acompaña desde aquel momento. Luego llegó la construcción de los espacios, equipos, gestiones y, fundamentalmente, la difusión de las carreras y del primer ingreso para febrero de 2011.

En aquel entonces, en una nota había expresado que era un Rector militante, pues todos los días iba a algún colegio, a instituciones, clubes e, incluso, a casas donde reunían a chicos que terminaban el secundario y podían ser futuros estudiantes; también adultos que alguna vez intentaron y desistieron o no pudieron por las razones que fueran terminar sus estudios universitarios, o también aquellos que jamás habían soñado con estudiar.

A todos y a todas les hablaba para que lo intentaran, que era posible ir a la universidad independientemente de la condición social, económica o geográfica; que dependía del esfuerzo personal pero también que existiría una institución que trabajaría fuertemente en incluirlos/as y no en excluirlos/as en el intento, que articularía con un gobierno capaz de pensar programas para que tal fin no fuera una utopía sino una realidad palpable.

Un ingreso donde calidad e inclusión eran y son términos inseparables; tutorías cercanas y eficaces para detectar y encausar dificultades; políticas de género, transversalidad matricial en la concepción de la organización y en el desarrollo de la gestión.

Por supuesto no fue fácil y aún persisten debilidades. Quienes se formaron en otras instituciones traen con ellos vicios y virtudes propias de cada una. Ensamblar historias diferentes, pensamientos diversos y expectativas heterogéneas exige mucho equilibrio y una relación armónica entre quien conduce los distintos actores para los complejos desafíos a enfrentar.

Ocho años después, siento un enorme orgullo por lo logrado, por todos los que fueron capaces de llevar a la acción lo diseñado en papeles de entonces, por quienes nos creyeron en esas charlas y pudieron verificarlo en la práctica, por quienes se sumaron con pasión, tesón, empeño y profundo amor por la educación pública a construir una institución que nos enorgullece y, por sobre todas las cosas, por los desafíos que nos quedan de cara al futuro.

Julio 2018 | Edición #66