Editorial
Acerca del liderazgo y la conducción.

Por Ing. Jorge Calzoni | Rector de la Universidad Nacional de Avellaneda

Tanto se habla de liderazgos de distinto tipo, según el ámbito, geografía, tradiciones, innovaciones, historia, en fin; hay un liderazgo situacional, flexible en lo operativo pero claramente con validez conceptual. Sin ideas ni convicciones claras no hay liderazgo.

La conducción implica desde la gestión política de una organización, cualquiera sea, hasta la gestión particular de un determinado espacio, poner en funcionamiento las ideas en el diseño de políticas en acción.

Se puede liderar sin conducir y se puede conducir sin liderar. Hay bibliografía en las ciencias políticas, frondosos artículos escritos e innumerables debates sobre la temática en ámbitos políticos, gremiales y empresariales.

En tiempos fundacionales liderar y conducir van de la mano, lo mismo que en tiempos de crisis. En otros tiempos, tal vez, es probable la complementariedad de ambas aptitudes. Se trata, eso sí, de aptitud y actitud para enfrentar desafíos, de pensamiento estratégico y de tácticas coyunturales en línea con la estrategia, pero adecuadas a las condiciones imperantes.

Metafóricamente, el líder es un faro y el conductor quien maneja la luz; tienen que enfocar el camino por el que transitan quienes los siguen, marcan la huella por donde alcanzar los objetivos. Si, en cambio, en vez de iluminar hacia el camino, la luz alumbra a quienes vienen detrás, es probable que los encandilen y confundan; ya no se verá la huella y cada uno irá por donde le parezca, no habrá camino posible.

Vivimos un mundo en donde la globalización -tal como fuera concebida- está en crisis. Son necesarios liderazgos claros, de conductores sagaces, que con generosidad sean capaces de sortear los obstáculos naturales y artificiales que nos arrecian. Es necesario evitar mezquindades y contar con la clara convicción de que un mundo mejor, una sociedad más igualitaria, no se realiza planteando una relación amigo-enemigo; y, como ya he planteado en editoriales anteriores, la grieta favorece a los poderosos, nunca favorece a los trabajadores, emprendedores, productores y, mucho menos, a los pobres. Como escribiera Eduardo Mignogna: “Quien quiera oír que oiga”.

Diciembre 2017 | Edición #61