América Latina y la disputa regional

El reconocido periodista y sociólogo argentino Pedro Brieger escribe para con información y analiza los factores que determinan la coyuntura actual de la región, marcada por una tensión entre las corrientes conservadora-liberal y progresista.

Por Pedro Brieger | Director de nodal.am

La reunión en mayo de la Asamblea General de la Organización de Estados Americanos (OEA) donde se trató la crisis de Venezuela mostró la división política que existe en la región. Esta división refleja la disputa en casi todos los ámbitos entre una corriente “progresista”, en el más amplio sentido de la palabra, y una corriente conservadora-liberal, también en el más amplio sentido de la palabra.

Hoy la OEA está liderada por Luis Almagro, ex canciller del presidente José Mujica en Uruguay, que se ha convertido en la punta de lanza de la ofensiva diplomática global contra el gobierno de Nicolás Maduro. Al cumplirse los 100 días de la violenta protesta opositora en las calles de Venezuela, Almagro no dudó en calificar de “dictadura” al gobierno liderado por Maduro a pesar de haber sido elegido en elecciones democráticas en 2013. La OEA no logró la condena que buscaba la oposición porque un conjunto de países se opuso y porque hoy Estados Unidos no domina la OEA como pudo hacerlo durante décadas.

Más allá de los elementos que hacen a la crisis interna de Venezuela, es interesante analizar cómo juegan los organismos regionales en esta coyuntura donde los gobiernos conservadores-liberales han recobrado la iniciativa política después de años de quedar a la sombra de una corriente progresista liderada por figuras fuertes como Hugo Chávez, Lula da Silva, Rafael Correa, Néstor y Cristina Kirchner y Evo Morales.

Después de la Cumbre de las Américas en Mar del Plata en el año 2005 cuando se rechazó el ALCA –que era el gran proyecto comercial de Estados Unidos para toda la región, sin Cuba- la corriente progresista se desarrolló con fuerza e impulsó numerosos proyectos de integración regional justamente para disputar la hegemonía estadounidense en toda América, incluyendo el Caribe y organismos como la OEA.

Es así que se reforzó el Mercosur y nacieron la Unión de Naciones Suramericanas (UNASUR), el Banco del Sur y la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (CELAC), esta última en abierto desafío a la Casa Blanca ya que incorporó a Cuba y dejó fuera a Estados Unidos y Canadá. El acercamiento al Caribe anglófono permitió una relación novedosa con países históricamente bajo la órbita británica (y estadounidense). Uno de los temas centrales para ellos es el pedido de reparaciones a los británicos por el genocidio nativo y la esclavitud que dejó una herencia de subdesarrollo como bien señala Ralph Gonsalves, primer ministro de San Vicente y las Granadinas (http://www.nodal.am/2016/02/entrevista-exclusiva-de-pedro-brieger-a-ralph-gonsalves/). Se puede decir que, de la misma manera que la Argentina busca el apoyo del Caribe en su reclamo por Malvinas, los pequeños países del Caribe esperan una actitud recíproca.

El impulso de la corriente progresista fue tan poderoso que nadie se opuso a la creación de la CELAC incorporando a Cuba, a pesar de las diferencias que podían tener con la historia de la revolución cubana y las figuras controvertidas de Fidel y Raúl Castro. De allí que alguna vez Rafael Correa se atrevió a decir que en el futuro la CELAC debía reemplazar a la OEA.

Pero tal vez el gobierno de Colombia fue el que más sintió la influencia de la corriente progresista pues su existencia le permitió avanzar en los Acuerdos de Paz con las FARC. El presidente Juan Manuel Santos, de manera pragmática, entendió que Cuba y Venezuela eran indispensables para concretar la paz por la influencia que ambos países tenían sobre las FARC y porque La Habana era el mejor lugar para llevar adelante las negociaciones.

Dentro de Colombia los sectores liderados por el expresidente Álvaro Uribe no sólo que se oponían a las negociaciones con las FARC sino que manifestaban su abierta hostilidad hacia los gobiernos progresistas en la región y en particular hacia Venezuela y Cuba. En otras palabras, Uribe, con el apoyo de las derechas latinoamericanas afines a su pensamiento, no hubiera avanzado en un proceso de paz. Es más, cuando se firmaron los Acuerdos y el presidente Mauricio Macri se hizo presente, Uribe dijo: “Me dolió ver a Macri apoyando este acuerdo ¿Quién aceptaría que la Constitución de un país se sustituya por un acuerdo con un grupo terrorista?”.

La tensión entre las dos corrientes es innegable y es probable que esta disputa sea parte del panorama regional por mucho tiempo.