Editorial
El valor de lo colectivo en la lucha contra todo tipo de violencia

Con motivo de la presentación en la Universidad Nacional de Avellaneda del libro Hacia una Criminología Feminista. Violencia, Androcentrismo, Justicia y Derechos Humanos, de Carmen Antony, y parte de la Colección de Criminología Crítica, dirigida por el Dr. Raúl Zaffaroni, afloraron hechos acaecidos en los últimos tiempos de una violencia casi naturalizada que surge en situaciones cotidianas dentro de la misma sociedad.

Pueden citarse numerosos sucesos, como el femicidio de Micaela García y tantos otros que ocurren casi a diario; la muerte del hincha del Club Belgrano de Córdoba antes de un partido clásico de la provincia; la irrupción de policías en la Universidad Nacional de Jujuy en medio de la recepción de estudiantes ingresantes a la Facultad de Ciencias Agrarias, y la detención de representantes de su Centro de Estudiantes; el desalojo represivo frente al Congreso Nacional de docentes que intentaban instalar una carpa para protestar de una “forma más creativa” -como les habían sugerido funcionarios nacionales-, y varios etcéteras más.

La violencia verbal contra los que piensan distinto, la persecución judicial para quienes se atreven a desafiar el pensamiento único y la estigmatización hacia los que no conforman el llamado “círculo rojo” del poder. Una sociedad que pareciera perderse en laberintos antidemocráticos a partir de “climas de época”, el cuestionamiento a Derechos Humanos que parecían encaminados y, para concluir este breve paneo, el incomprensible fallo de la Corte Suprema sobre el 2 x 1 a genocidas condenados.

Lo anteriormente descripto se perfila en la cotidianeidad de arrebatos, robos e inseguridades que sufren a diario los ciudadanos argentinos, entre ellos nuestros docentes, nodocentes y estudiantes. “Al río que todo lo arranca lo llaman violento, pero nadie llama violento al lecho que lo oprime”, escribía Bertolt Brecht. La frase del dramaturgo y poeta alemán es, sin lugar a dudas, una invitación a la reflexión en el actual contexto.

Si vamos a datos estrictamente educativos, actualmente hay 207 millones de estudiantes en el mundo, entre los cuales sólo se recibe el 1% de pobres. Esto demuestra lo difícil del acceso a la educación y de algo más complejo aún, la permanencia y el egreso, que no están vinculados a la “meritocracia”, sino al contexto socioeconómico en el cual nacen y crecen la mayoría de nuestros jóvenes.

Por ello, no hay duda que la desigualdad debiera ser la principal preocupación de la sociedad y de sus gobiernos. No existe ninguna posibilidad de resolver la pobreza si no se resuelve la desigualdad, porque si la primera se profundiza, también se agudiza la segunda y se incrementa así la desesperanza. Y sin esperanza no hay futuro; sin futuro no hay expectativas y sin expectativas la vida vale cada vez menos. Esa tensión impide la unión de unos con otros. Sólo se ve al otro como un competidor por la propia vida. Por eso, no se defiende la vida para la individualidad sino desde ésta hacia lo colectivo, única manera de defender la vida de todos y para todos.

Lo colectivo no es dogmático. Es una construcción y, como tal, plagada de contradicciones, avances y retrocesos. Una verdadera construcción democrática debe velar por mayorías y minorías, pero debe alertarse de los antidemocráticos que utilizan lo colectivo en su propio beneficio y se sirven de provocaciones que llevan peligrosamente a la violencia física, verbal o simbólica, con imprevisibles consecuencias para el futuro.