Decolonialidad desde los bordes

“El proyecto Moderno-Colonial-Capitalista no conoció tolerancia política sino exigencias totalitarias”, advierten Cangi y González. Las “gramáticas del poder” y una invitación a pensar.

Foto ilustrativa

Por Adrián Cangi y Alejandra González*

Pensar las condiciones sensibles desde los bordes de la modernidad hace inseparable la situación geográfica de las prácticas y los repartos del sentir que ya no pretenden salvar la verdad universal de Occidente y sus gramáticas del poder de creación del llamado humanismo blanco, cristiano, secular e ilustrado. Entendemos por gramáticas del poder a la organización articulada de la percepción, la reflexión y la experiencia que orientan la estructura nerviosa de la conciencia en el vínculo con otros y consigo mismo. Las gramáticas de Occidente sólo encubren un linaje colonial conocido como la historia sistemática de la “bestialización”, que ha sembrado su parte maldita como oscura condición en la herida colonial, la miseria efectiva, la sinrazón asesina.

El proyecto Moderno-Colonial-Capitalista no conoció tolerancia política sino exigencias totalitarias que sembraron una idea de comienzo y primacía bajo el nombre “humanismo”. Como estructura, idea e intensidad del comienzo y la primacía quedaron escritas en un carmesí sangre aunque ilustrado, que el “origen es lo más excelso” y que su nombre es la marca de las “heridas de la negatividad”. Por una moneda de doble cuño, formada por dos imágenes del pensamiento que resultan inseparables, como las del descubrimiento por la circunvalación y los campos de exterminio de la fabricación de la muerte en serie, se exhibe el fracaso de lo humano y se dice como la entropía de toda forma de vida que insiste como un unificado documento de barbarie hecho de cicatrices sin sutura.

Una cara de la moneda es la del otro encubierto americano que desde la colonialidad de la naturaleza solo mostró para el pensamiento europeo un vacío disponible, unos cuerpos monstruosos, un silencio cultural de camino al habla. América siempre ha sido lo otro-excluido, el nacimiento de la Modernidad y el origen de su mito. 1492. El encubrimiento del otro de Dussel resulta preciso al describir el más fabuloso experimento de una cultura de la violencia aplicado para dar nacimiento a Europa como mito ilustrado y a América como lo otro de la “herida colonial”. En las conferencias de Frankfurt, Dussel insiste en la idea de la necesidad de una víctima sacrificial e inocente modelada sobre la tierra de la “inmadurez”. Tierra, que para los ilustrados como Kant, está habitada –entre Aristóteles y el mito del Orbe Novo–, por una minoría de “edad culpable” sin “superioridad espiritual”, la que será vista como habitante de las Islas Afortunadas, compuesta por los “siervos de la naturaleza” que serán considerados en el linaje del “buen salvaje natural”.

La “herida colonial” de este formidable laboratorio de exterminio se modeló a fuerza de un cogito y una fe simultáneos fundidos a base de violación, sacrificio y pestilencia que encubre lo otro no Europeo. Si todo documento de cultura es un documento de barbarie, como lo expresa Walter Benjamin, esto se aplica de manera privilegiada para pensar la destrucción de las civilizaciones mesoamericana y andina, amazónica y tupí-guaraní. El otro es de otra raza e inferior, jamás considerado una alteridad dialógica. Basta recordar las discusiones entre Bartolomé de Las Casas y Sepúlveda sobre la naturaleza de los cuerpos de Nuestra América. Carl Schmitt, el gran teórico y jurista del nomos de la Tierra, piensa en clave de Hegel la posesión y conquista de América. “La superioridad espiritual se encontraba tan plenamente del lado europeo, y de un modo tan radical, que el Nuevo Mundo pudo ser ‘tomado’”.

Las gramáticas del poder suponen una “narrativa estética eurocentrada”, y por ello creemos que resulta imprescindible un trabajo genealógico que permita comprender cómo fueron articuladas las identidades sustanciales y jerárquicas, las lógicas antropológicas modernas del sujeto “ego-estético” y sus protocolos jurídicos, los encubrimientos coloniales en unidades inestables y paradojales. Nos disponemos desde una lógica plurimodal y multifocal –ni universal, ni esencial, ni jerárquica, ni relativista–, para abordar de modo fronterizo la idea misma de Nuestra América. La configuración de las gramáticas del poder y su historia colonial encubre, silencia y deforma el “sentipensar” bajo las nociones modernas de obra de arte, de funcionamiento como mecanismo de simbolización, de la actitud frente a la identidad sustancial y/o jerárquica, y de la experiencia de los compuestos como unidad y/o fragmentación. De Mariátegui a Quijano, de Dussel a Mignolo, prima una insistencia para pensar los restos que están en las marcas de la violencia y en la invención de figuras de retóricas sensibles. Esta línea de tránsito fronterizo genealógico es abordada aquí como una posible Geopoética, que indaga en procesos de formación sensible desde el punto de vista de las formas de vida y su matriz decolonial.

* En el marco del Seminario Estética y Descolonialidad.



Noviembre 2021 | Edición #99